Abandoné el tiempo de los miedos
con un sonrojo hinchado en la sonrisa
y un despertar a las hadas madrinas
que entienden más de amantes que de celos.
Aterricé en un mar de terciopelo,
herido como un sol de plastilina,
y encontré, en el dulzor de la saliva,
el verbo que fue carne en el secreto.
Por fin el fuego en el pecho me arde
y siento ser la voz de mis sentidos,
ya no me duele tu boca de sable
ni el rubor apolíneo contenido
por un armario vetusto y cobarde
que ahora es leña podrida en el olvido.
miércoles, 11 de marzo de 2009
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