miércoles, 18 de marzo de 2009

SOMBRAS RAPACES

Míralos,
recelosos compromisarios del olvido,
aves de presa,
sonrisas caninas a punto de morder.
Esperan complacientes su turno,
su recompensa,
conociendo a pleno pulmón
cuál es su lugar.
Fingen el rezo con devoción
y miran,
miran cómo mueren los relojes
que cubren los desgastados ojos
de sus conciudadanos.

Levantan la naríz al viento,
mecen la justicia con una mano
mientras, con la otra,
se rascan los cojones.
Sus corbatas y sus trajes huelen a muerte,
a muerto y a opulencia,
a hiena
y a presa.

Con un simple gesto,
una mirada,
un esputo calculado,
un graznido,
levantan edificios grises y atormentados,
colmenas abigarradas
donde esperar el hastío,
cubículos hormigonados y deformes,
adustos templos de nuestro tiempo,
cárceles aterciopeladas
donde morir con la boca llena
y cerrada,
y repleta de moscas,
y sucia,
y apestosamente sola.

Ahí siguen,
y ahí seguirán
cuando nosotros no estemos.
Permanecerán para siempre
sus sombras rapaces
escondidas tras la luna negra
de sus cuentas bancarias.
Permanecerán para siempre
sus fauces amarillentas
colmadas de carne fresca
ya masticada.
Permanecerán para siempre
sus putas y sus chulos,
sus esbirros, sus bufones,
sus prefectos, sus sicarios,
y, por supuesto, nosotros:
sus demonios,
sus esclavos.

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