Ella observaba el mundo a través del cristal de las lágrimas desconsoladas. Podía hacer cualquier cosa y nunca nadie se lo había dicho. Apartada, en un rincón de su habitación, hacía un ovillo de su cuerpo intentando esconder la cabeza entre las piernas para siempre, buscando no ver la realidad que sonreía.
Miraba a su alrededor y veía miradas de admiración mirando hacia otro lado, en otra dirección. Ella volaba, sabía tragar fuego y hablar del derecho y del revés la mayoría de los idiomas de este continente, había cruzado tres veces el Atlántico y dos el Pacífico (siempre a braza), nunca contaba nada acerca de la llamada que le hizo el Rey ni de las postales que le mandaba el Papa, tampoco le gustaba enseñar las fotos de aquel concierto privado que le hicieron a dúo los Doors y los Nirvana. ¿Para qué? Nadie la escuchaba.
Parloteaba en la mesa sobre algo importante que le había sucedido en el trabajo, había salvado la vida de un niño atropellado, pero todos atendían el cambio de una bombilla que con habilidad primitiva realizábase en otra habitación.
Nadie le había dicho que podía hacer magia con sólo quererlo, lo tuvo que aprender sola. Mas cuando lo supo y el mundo exclamo un sonoro ¡oh! de admiración, en su casa giraron la cabeza hacia ella con curiosidad y una disimulada sonrisa de escepticismo, se acercaron a la luz y quisieron alumbrarse con ella; fue entonces, sólo entonces, cuando ella sonrió para siempre mirando hacia otro lado.
lunes, 23 de febrero de 2009
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