La voz del Mediodía repercute en mi garganta
con el anhelo desmedido
de un perro de mirada angulosa
abandonado al hastío del silencio;
del invierno.
Me siento en la melodía de absurdos pentagramas
con aliento encendido,
y acero oxidado, y quejumbrosa
mirada al verbo del espejo;
del cerebro.
Busco el aire que se escurre, me alimenta y se escapa
como un suave alarido
nacido y expirado, vestido de amapola
y de furcia barata al mismo tiempo;
desierto.
Y te busco, y te encuentro allá donde no estabas,
donde el ser y el no ser se han confundido,
donde cohabitas astuta y peligrosa,
encaramada al mar de crisantemos;
desvelo.
martes, 11 de marzo de 2008
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